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Viernes, 27 de de 2023

El dolor: ¿amigo o enemigo?

Artículo de interés publicado en nuestro web por gentileza y autorización de su autora, Dra. Margarita Calvo Bascuñán.

Profesora Asociada de la Facultad de Ciencias Biológicas y de Medicina UC. Es directora del Núcleo Milenio MINUSPain, centro de investigación especializado en el estudio del dolor. Su interés de investigación es comprender mejor los mecanismos neurobiológicos.

Fuente original: EMOL/El Mercurio (https://comentarista.emol.com/2295910/24530660/MARGARITA-CALVO-BASCUNAN.html)

Todos hemos sentido dolor alguna vez. Nacemos con la capacidad de sentirlo, lo que nos permite evitar situaciones que puedan dañarnos. Por ejemplo, el dolor al poner la mano en una superficie caliente como la plancha, hace que retiremos de inmediato nuestra mano de ahí, evitando que se siga quemando.

Sin embargo, a veces el dolor se convierte en “enemigo” al aparecer sin que ningún peligro lo haya ocasionado. O el dolor puede mantenerse e intensificarse a pesar de que el daño ya haya pasado o sea muy menor. En estos casos es cuando el dolor se vuelve un problema, una enfermedad en sí mismo, como ocurre con el dolor crónico.

Debido a que los tratamientos disponibles en la actualidad son limitados y no se logra su completa remisión, la ciencia busca entender los mecanismos que operan tras el dolor en sus diversos contextos, para así poder encontrar nuevas terapias que ayuden a aliviar esta enfermedad. Se trata de un trabajo de investigación que también se realiza en Chile, a través de centros como el Núcleo Milenio para el Estudio del Dolor (MINUSPain), una asociación entre cinco investigadores de diferentes universidades de prestigio que incluye a la Facultad de Ciencias Biológicas UC, donde estudiamos para entender las bases biológicas del dolor crónico.

¿Qué sabemos del dolor?

Por su importancia en la sobrevida, el dolor es el sentido que mejor se preserva en la evolución, existiendo en todos los animales, desde las lombrices hasta los humanos. En organismos más complejos como los mamíferos, se asocia fuertemente a emociones como el miedo, lo que lo hace más eficaz en prevenir daño. Esto es debido a que parte del procesamiento del dolor en el cerebro ocurre en zonas del sistema límbico, que es el encargado de procesar las emociones.

Además de las emociones y de las memorias propias del dolor, su percepción también se ve influenciada por la cultura y el contexto social en el que vivimos. Así, por ejemplo, en algunas culturas el dolor del parto se considera necesario y se estimula a las futuras madres a no usar analgésicos; en cambio en nuestra cultura no se concibe que se realice una cirugía menor o una extracción de muelas sin la ayuda de anestésicos.

Una de las claves en investigación radica en entender cómo percibimos el dolor: nuestro sistema nervioso detecta el estímulo doloroso, lo convierte en un potencial de acción o electricidad que viaja por los nervios y luego lo procesa en la médula espinal y el cerebro, antes de que lleguemos a “percibirlo” en la corteza cerebral. Esta modulación es la que hace que un mismo estímulo pueda provocar un dolor intenso en algunas situaciones y uno mucho menor en otras.

Así entonces, un estímulo doloroso de la misma intensidad puede percibirse diferente según el contexto en que éste ocurra. El miedo, por ejemplo, es una emoción que tiende a amplificar la percepción del dolor, en cambio la alegría hace lo contrario. Si alguien se pincha un dedo tras haber puesto su mano en hielo por un minuto, el dolor es menor que si se pincha a una temperatura normal, ya que el estímulo del frío modula el dolor. Muchos tratamientos psicológicos para el dolor se basan en estos conocimientos de las neurociencias y resultan muy útiles.

Dolor crónico

El dolor mantenido, o dolor crónico (por definición, más de 3 meses), afecta todas las esferas de la vida de quien lo padece. Generalmente secundario al dolor, las personas presentan síntomas depresivos, cansancio e insomnio, y se dificultan enormemente sus interacciones sociales y laborales. El dolor crónico, sin embargo, no se “ve”, no hay signos evidentes de enfermedad como cuando alguien se quiebra un hueso y se ve un inmovilizador o unas muletas. Esto dificulta la empatía de quienes rodean al paciente y el paciente tiende a aislarse aún más.

En muchas personas con dolor crónico, como por ejemplo la fibromialgia, a pesar de haber buscado con todo tipo de exámenes médicos cuál es la causa, no se encuentra ninguna. En estos casos lo que ocurre es que el sistema nervioso encargado de detectar los estímulos dolorosos puede presentar alteraciones, como, por ejemplo, estar “hiperactivado” o “hiperalerta” y estar mandando señales de dolor en situaciones en que no debiera.

Estudios recientes de nuestro centro muestran que un tercio de la población en Chile sufre de dolor crónico y que éste afecta profundamente las actividades diarias, el ánimo y el sueño. A esto se suma que el costo asociado al dolor crónico (consultas médicas, medicamentos, licencias) es uno de los más altos que deben asumir los sistemas de salud. Los pacientes que atendemos en las unidades de dolor crónico son personas que no solamente sienten dolor, pero también tienen su vida muy limitada.

Para ser exitoso, el tratamiento debe ser multidisciplinario y atender todas las esferas de la vida que el dolor ataca. Mientras avanzamos en la investigación, sin embargo, todavía existen pocas unidades de dolor en nuestro país, y muchas personas que las requieren, por lo que ayudar a crear conciencia y visibilizar esta problemática para que la sociedad entienda el dolor crónico como una enfermedad, resulta también una tarea fundamental.

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